Dos aprendices y un destino


Dijo una vez Orad, la poeta: 

Si la persona con la que duermes es la misma con la que te gustaría dormir, tú, sí entendiste la vida. 

Y replicó Lizandra, el escribidor: 

Si la persona con la que escribes es la misma con la que te gustaría escribir, tú, también entendiste la vida. 

Desde entonces, ambos, comparten vida y letras. La primera, a caballo entre Cedramán y el Grau. Las segundas, las que cada sábado elige la RAE como palabra del día; con ella, el reto, en el que solo corren ríos de tinta, está servido. 

Bienvenidos a nuestras letras.

Orad y Lizandra

Nodriza

Como arrullo de nodriza

templas las avaricias de mi piel,

y tus besos,

que implacables,

duermen los pesares de las horas,

me retornan a la vida

con su eterno sabor

a romero y miel.

Tus besos,

que, a pocos,

extinguen el infierno,

el insomnio

y la hiel.

Àngels Orad


Nodriza

Dos horas después, la hostia me seguía retumbando en los oídos. 

Siempre he querido, admirado y odiado a Jorge a partes iguales; lo quiero porque fue el primer amigo que recuerdo, lo admiro porque aglutina la mayor parte de las cualidades que me gustaría hacer propias y, por último, lo odio porque me molesta reconocer que la naturaleza, haciendo gala de una enorme falta de ecuanimidad, fue mucho más espléndida con él a la hora de repartir sus dones. 

La guinda del pastel de mis pesares la puso el cura, un trasnochado según mi criterio, que puso excesivo empeño en exigir a mis padres que inscribieran a su hijo con el nombre del santo del día; y tuve que nacer el veinte de febrero y encontrarme con unos padres pusilánimes, incapaces de contradecir al trasnochado. Eleuterio era el nombre que aparecía en el santoral… y el que aparece en mi documento de identidad. 

Aquella tarde, fue la cara de Jorge lo primero que vi al despertar frente a la puerta de la discoteca. 

—Eres un imbécil, Eleuterio —dijo en cuanto me vio abrir los ojos—. ¿A quién se le ocurre decir semejante estupidez a una chica a la que no conocías de nada? 

—Solo he hecho lo que me dijiste que hiciera cuando te pedí consejo —aún confundido y con todo a mi alrededor que parecía dar vueltas a una velocidad de vértigo, fue lo único que atiné a balbucear. 

—¿Crees que no escuché tus palabras, estúpido? Yo te dije que le tenías que decir lo que a ella le gustaría escuchar y en lugar de algo agradable, ¿recuerdas la frase que utilizaste? 

Lo miré a los ojos, Jorge sonreía mientras esperaba mi respuesta. Tuve que hacer un enorme esfuerzo para pensar qué fue lo que dije. 

—Ah… Um… —Yo te lo diré, ¡gilipollas! —Me interrumpió—. Escuché como le decías: “Menudos pechos, me encantaría utilizarte como nodriza…”. —Hizo una pausa para tratar de contener la risa—. Ni siquiera viste venir su puño.

David Lizandra

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