Viernes, 17 de mayo de 2019

Aprovechando un momento de paz «nietil» (el Baby Shark lo voy a patentar) me siento ante el portátil. Lo primero es repasar las redes sociales en busca de feedback positivo, que anda una muy necesitada desde que es abuela.

Mensaje de Messenger de un desconocido: 

—Hola

—¿Eres psicóloga?

¡Madre mía! ¿Un posible paciente? ¿Una propuesta de trabajo?

—Sí —escribo.

—¿Tú podrías decirme por qué me gustan los culos gordos?

¡¿Qué?! ¿Y este de qué va? Me indigno un poco, alucino por un tubo y contesto:

—¿Eres el graciosillo del día? Y a primera hora, qué bien. Te dedico un jajajaja y ya puedes dormir feliz, nene.

—No. Es en serio —me dice el tío y acto seguido me manda una fotografía de una señora de espaldas, en tanga y con un culamen desproporcionado y celulítico.

Pues no lo entiendo. ¿Es por mí? Les aseguro que mi perfil de Facebook no puede llevar a nadie a este tipo de acciones. ¿Quería insultarme? No hay motivo. La gente no va por ahí increpando sin razón aparente. ¿Se está riendo de mí? Creo que no, lo divertido es reírse de algún conocido o amigo. Así que... si no es por mí, debe ser por él.

Tras darle ciento cincuenta vueltas en mi córtex prefrontal, he llegado a una conclusión... ONANISMO. El sujeto en cuestión (llamémosle Carlos Delaebra) se practica el onanismo regodeándose de señoras maduras a las que cree escandalizar. Río, me compadezco del pobre hombrecito y lo imagino fofo, blandengue y rosadito.

Mi nieto me tira del pantalón reclamando mi atención. Cierro las redes y aparece la página de Word que permanecía en segundo plano esperando el contenido de mi próxima novela.

Capítulo uno... nada más. Quizá mañana. 



Felisa Bisbal


Comentarios

Entradas populares de este blog

Dos aprendices y un destino

Relatario la Virgulilla

26 de julio de 2019