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Mostrando entradas de julio, 2019

Esther Pascual, fabricante de risas en Massamagrell

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La primera indicación que recibo en la consulta de Esther Pascual es clara y concisa: «La risa es sana». Imaginaos a una doctora con su bata blanca, muy limpia, pero en lugar de estetoscopio usa un enorme plátano para auscultar. Su diagnóstico es contundente: «Nada grave que no se pueda curar con risas», me dice a la vez que me da una risa encapsulada. «Tomar en grandes dosis», me receta con esa sonrisa suya tan característica. «¿Tienes alguna duda?», me pregunta sin saber la ronda que le espera… 1. Ya hace “algo” de tiempo que nos conocemos, y si te digo la verdad, me sorprendió bastante cuando me enteré de tu afición a hacer reír a la gente. ¿Cómo surgió el tema de adentrarte en la risoterapia? Surgió de mi necesidad de explorar nuevas experiencias, en cuanto me enteré de que existía esta actividad, me lancé a probarla y, entre risa y risa sentí que quería estar en el lado de la persona que lo impartía. Siempre he sido una persona muy risueña y fue un regalazo poder ha

Relatario la Virgulilla

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El jueves 4 de julio de 2019 fue la fecha elegida para el lanzamiento del «Relatario la Virgulilla», nacido de los ejercicios propuestos por Javier García Martínez para el Club de Escritura Creativa. Los escritores participantes en este libro somos veinte personas a las que no solo nos gusta leer y escribir, también deseamos aprender día a día y nos divierte hacerlo en este club nacido de la Tertulia la Virgulilla. El sistema que empleamos es tan antiguo como efectivo: el director propone un tema, prohíbe ciertas palabras obvias y convierte otras —en ocasiones absurdas— en obligatorias, para afinar la creatividad. Nos concede un plazo razonable para realizar el ejercicio, que no debe extenderse más allá de una página, se lo remitimos y él nos sugiere alguna modificación, nos corrige los defectos que puede apreciar y a su vez lo remite a todos los miembros del club para que puntúen cada relato y emitan las sugerencias que crean convenientes. Al escribir bajo pseudónimo, nadie sabe

01 de julio de 2019

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Soy invisible. No del tipo de persona con baja autoestima ni de ese otro con complejo de inferioridad que viven pensando que pasan desapercibidos, ignorados o menospreciados la mayoría de los días. No. Yo soy invisible de verdad. De esos que están, pero nadie puede verlos. Traslúcida, como un cristal limpio, inmaculado, así soy. Esta mañana, en la librería solidaria en la que soy voluntaria (ya os cuento otro día sobre esto), estaba yo sentada en mi mesa y oigo el chirrido de la puerta al abrirse. Entró un caballero de mediana edad mirando de derecha a izquierda, de delante a detrás. Repitiendo varias veces: —¿No hay nadie? No. No hay nadie. Yo, que lo estoy oyendo perfectamente porque estoy a cinco metros escasos, me levanto por si el hombre no se ha dado cuenta de mi presencia (circunstancia harto difícil, por otra parte). Mido un metro setenta y cinco y soy… vamos a dejarlo en grande. Visualicen ustedes, yo ahí de pie, el señor a dos metros frente a mí. Pues el tío repite

Spaghettis relatarios

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¡Hola, amigos! ¿Ya habéis empezado a leer nuestro libro? Seguro que sí. ¿A que nuestros relatos se leen rápido y os gustan mucho? Pues por eso a estos spaghettis que os voy a proponer los he llamado «spaghettis relatarios», porque se hacen rápido y están riquísimos. Para unas cuatro raciones, necesitamos: ¼ de gambas (250 g) Una lata de atún Una cebolla mediana Un bote pequeño de tomate(si os gusta el tomate un poco más) Unos 300 g de spaghettis Sal Aceite de oliva Pimienta Procedimiento Pelamos las gambas y reservamos las cabezas. Picamos finamente la cebolla y cocemos los spaghettis al dente. En una sartén con aceite ponemos a freír las cabezas de las gambas un par de minutos y, con la maza del mortero y en la misma sartén, las machacamos un poco para sacar todo su jugo. Las sacamos y, en este aceite, freímos las gambas a trocitos. A continuación, añadimos la cebolla y la dejamos pochar un poco. Cuando esté transparente, echamos la lata de at

19 de junio de 2019

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Me he caído. Esta tarde, en una Jam poética antitomates, que sí eso ya os contaré otro día de qué va, en un arranque espontáneo de optimismo delirante me he sentado en una silla de plástico con un letrero de «NO MÁS DE 50 KILOS». Lo que yo peso no viene al caso, pero es bastante más de cincuenta. Los poetas invitados han recitado por turnos sus creaciones cuando, sin un solo crujido que me advirtiera del próximo desenlace, mi cuerpo se ha precipitado contra el suelo con violencia. Más que caída ha sido una potente succión a cámara lenta. Mi cabeza, por el contrario, ha decidido disfrutar del viaje en dos etapas con parada en la mesa de roble. La sesión de poesía, paralizada. El centro de atracción, yo. El chichón, enorme y doloroso. La dignidad, bien, gracias. Mi dignidad no depende del juicio de los demás, afortunadamente. Tras haber sido el involuntario centro de atracción de todos los allí presentes, solamente podía pensar en lo afortunada que había sido al elegir, aq