01 de julio de 2019


Soy invisible.


No del tipo de persona con baja autoestima ni de ese otro con complejo de inferioridad que viven pensando que pasan desapercibidos, ignorados o menospreciados la mayoría de los días.

No. Yo soy invisible de verdad. De esos que están, pero nadie puede verlos. Traslúcida, como un cristal limpio, inmaculado, así soy.

Esta mañana, en la librería solidaria en la que soy voluntaria (ya os cuento otro día sobre esto), estaba yo sentada en mi mesa y oigo el chirrido de la puerta al abrirse. Entró un caballero de mediana edad mirando de derecha a izquierda, de delante a detrás. Repitiendo varias veces:

—¿No hay nadie? No. No hay nadie.

Yo, que lo estoy oyendo perfectamente porque estoy a cinco metros escasos, me levanto por si el hombre no se ha dado cuenta de mi presencia (circunstancia harto difícil, por otra parte). Mido un metro setenta y cinco y soy… vamos a dejarlo en grande.

Visualicen ustedes, yo ahí de pie, el señor a dos metros frente a mí. Pues el tío repite «no hay nadie, no hay nadie» y dando media vuelta abandona el local.

¿Soy o no soy invisible?

O eso una fluctuación en el espacio-tiempo en el que uno de los dos no estaba allí aunque lo pareciera.
Felisa Bisbal

Comentarios

  1. Yo apostaría por la fluctuación espacio-tiempo, o bien porque habías pillado la capa de invisibilidad de Harry Potter, pero en un mundo desprovisto de magia o de imaginación al menos, lo más seguro es que el señor en cuestión estuviera ciego como un topo...

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    Respuestas
    1. La fluctuación es también mi opción más verosímil. El señor no era ciego que no tropezó con nada.

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  2. Seguro que el señor viajaba en un DeLorean DMC-12.
    😉
    Àngels O.

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